
Si alguna vez has pensado esto, puede que no se trate de lo que recuerdas, sino de lo que has reprimido.
Cuando hablamos de trauma, solemos imaginar eventos grandes y evidentes: accidentes, abusos, pérdidas irreparables. Pero el trauma no es solo lo que pasó, sino cómo lo procesamos.
Hay experiencias que, aunque en su momento no parecían ‘grandes cosas’, se quedaron grabadas en nuestro sistema nervioso y emocional de formas inesperadas.
Un comentario hiriente repetido en la infancia, la sensación constante de no ser suficiente, haber crecido en un ambiente emocionalmente inestable… Son situaciones que quizá no registramos conscientemente como un trauma, pero nos dejaron una huella profunda
No siempre aparecen como recuerdos claros. A veces, se filtran en nuestra vida cotidiana de maneras inesperadas:
Si sientes que algo te afecta pero no puedes identificarlo, hay maneras de empezar a desbloquear esos recuerdos reprimidos sin forzarlos:
1️. Escucha tu cuerpo: Si ciertas situaciones te generan ansiedad o incomodidad sin una razón evidente, pregúntate: ¿qué parte de mí está reaccionando a esto?
2️. Escribe sin filtro: Lleva un diario donde anotes tus emociones sin juzgarlas. A veces, al escribir sobre lo que sientes, emergen recuerdos o patrones ocultos.
3️. Explora tu infancia con curiosidad, no con culpa: Pregunta a familiares sobre momentos clave de tu niñez, revisa fotos antiguas, intenta recordar cómo te sentías en ciertas épocas.
4️. Busca apoyo terapéutico: Técnicas como el EMDR ayudan a desbloquear traumas sin necesidad de recordar detalles exactos. La terapia no es solo para quienes han vivido eventos ‘grandes’, sino para cualquiera que quiera entenderse mejor.
El trauma reprimido no necesita ser un obstáculo de por vida. Lo importante no es recordar cada detalle, sino darle a tu mente y cuerpo la oportunidad de procesarlo de una forma más saludable.
No podemos cambiar lo que pasó, pero sí podemos cambiar cómo nos afecta.
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